Realización, guión y música: Pablo Padula
Diseño gráfico y comunicación: Amanda Caules
Realización, guión y música: Pablo Padula
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(Nota publicada originalmente el 20 de Septiembre de 2017 en Infobae)
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo fueron mucho más que una pareja que culminó, luego de más de 50 años de romance, con la muerte de la escritora nacida en 1993 tras un tortuoso Alzheimer. Fueron mucho más que una máquina romántica de producir libros. Mucho más que un matrimonio extenso, cómplice, que tuvo una hija, Marta, fallecida días después que Silvina, a los 39 años. Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo fueron una sociedad que leyó como pocos han leído en este país. Su gran biblioteca lo prueba. Más de 17 mil ejemplares que ahora, por donación de una serie de empresas y fundaciones, pertenecen a la Biblioteca Nacional, es decir, pertenecen a todos los argentinos.
Ese fue el motivo de la conferencia de prensa que se realizó este martes al mediodía en el gran edificio en forma de T sobre la Avenida Las Heras, en el tercer piso, Sala Juan L. Ortiz: anunciar que esos libros ya están siendo clasificados y estudiados. El encargado de abrir la reunión fue el director de la Biblioteca, Alberto Manguel, agradeciendo a los donantes, subrayando el aporte que, con este gesto, le estaban realizando a la cultura argentina, y aseguró que esa infinita pila de libros representaba «la inteligencia unida de estas dos personas, Bioy y Silvina, lectores por excelencia». A su lado el ministro de Cultura de la Nación Pablo Avelluto asintió con entusiasmo y agregó que se trata de «un paso enorme hacia el trabajo de la Biblioteca Nacional como la principal formadora de lectores».
En las más de 300 cajas donde se guardaban los libros estaban contenidas las lecturas, además de las de este matrimonio, también las de los padres de Bioy —Adolfo Bioy Domecq y Martha Casares Lynch— y algunas de Jorge Luis Borges, su gran amigo. «Es la última gran biblioteca de autores que quedaba», dijo Germán Álvarez que, al igual que Laura Rosato —también presente allí—, es investigador, director del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges y autor del libro Borges, libros y lecturas.
«Toda biblioteca es una autobiografía de su dueño», comentó Ernesto Montequín, quien ha cuidado durante años estos 17 mil libros. Allí había un ejemplar del Finnegan’s Wake de Joyce que tenía anotados distintos juegos humorísticos de Borges y Bioy. «Se pasaban la lapicera, hacían juegos de palabras, se divertían», comentó Montequín y aseguró que «en esos libros están los proyectos de los libros que no hicieron, porque ellos estaban todo el tiempo pensando proyectos, charlando en la sobremesa. De repente Borges se paraba, tomaba un libro y anotaba cosas. Eso está en estos libros.»
También está la primera publicación de Silvina Ocampo, Viaje olvidado de 1937, lleno de anotaciones. «Es un libro muy poético que ella siempre renegó. Tiene tantas cosas escritas que de ahí se puede sacar un libro nuevo. Acá son libros, no sólo leídos, también vividos; se nota en sus marcas», explicó. Por su parte, Manguel contó que todo este material pronto va a estar disponible en la antigua Biblioteca Nacional, en el edificio de la calle México —allí estuvo Borges cuando fue director entre 1955 y 1973— y que las expectativas son enormes: «Falta un largo proceso de estudio. En el 80% de las cajas no sabemos lo que hay, así que falta mucho por descubrir todavía».
Con la curiosidad del lector que es, Avelluto tomó el micrófono y le preguntó a los especialistas sobre el orden de estos libros, teniendo en cuenta que cada biblioteca es única, como cada lector. Entonces ellos comentaron que el orden tenía que ver con lenguas y países y que la cantidad de publicaciones era tan grande que «los libros forraban todas las paredes». Ernesto Montequín agregó que «la generación de Bioy y Ocampo es la primera generación que leía en inglés como lengua de la cultura y no como lengua del comercio». En ese sentido, la influencia de Inglaterra y Francia —comentaron— es ineludible. «El año que viene empezamos la puesta en valor de aquel emblemático edificio», agregó Avelluto.
Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo fueron mucho más que una pareja enamorada, que una máquina de producir literatura, que un fragmento clave de la historia de nuestras vanguardias artísticas. Fueron también grandes lectores. Su biblioteca ya es parte de nuestro patrimonio, del país, del mundo.
Fundación Páremai Fractal en su 25° Aniversario invita al público a participar de: Desde Lo Simple. Un diálogo posible entre la escultura y el psicoanálisis, a cargo de la escultora Adriana Badii y la psicoanalista Silvia Rivello, con la moderación de Guadalupe Guirao. Fragmentos de la charla.
Breve fragmento inicial. A cargo de la Lic. Silvia Rivello (Fundadora y Presidente de la Fundación Páremai Fractal) y la escultora Adriana Badii.
10/05/2006- Por Silvia Rivello
¿Qué papel juega este volumen, el tercero? Entre las exposiciones de lo psicoanalítico como recurso, la teorización de los discursos para mejor ubicación del discurso del analista, por un lado, y -por otro- la exposición y despliegue de un análisis, el autor coloca este libro como una bisagra necesaria: dejarse atravesar todo el tiempo por la pregunta: Por qué me nombro analista Y nos presenta su testimonio de des-subjetivación trabajando en la teoría psicoanalítica el pase de la teoría de Melanie Klein a la de Lacan, argumentando, sencilla pero nodularmente, los hallazgos de la teorización lacaniana y sus efectos en la clínica.(…) Haciendo jugar la pregunta con distintos contextos, porque así como Sergio Rodríguez afirma con gracia que Melanie Klein es china y Freud y Lacan japoneses, él se manifiesta como japonés en la galanura con que juega con los contextos.
Este libro de Sergio Rodríguez renueva en el lector las inquietudes que ya los dos primeros volúmenes de esta serie habían despertado: inquietud por investigar lo nuevo, lo que viene y nos convoca desde su Real.
En cuanto al volumen que nos ocupa me pareció pertinente subrayar en mi lectura la decisión del autor de no dar a escribir el prólogo, como sí lo había hecho en el primer y segundo tomos de esta serie, sino escribirlo él: nos dice que la razón es que sólo él tiene una idea aproximada de lo que significa este tercer tomo. Nos indica también que habrá otras series y que los prólogos a los dos anteriores libros lo contentaron mucho pero… quiere establecer una diferencia que parece tener relación con el acto de nombrarnos analistas.
Leí esta decisión como una advertencia sobre el carácter, la fuerza, que tiene este texto ya desde el lugar que ocupa en esta serie de cuatro libros que ha titulado En la trastienda de los análisis.
El autor ubica su texto dentro del mismo norte que su producción anterior: “Afirmar y ampliar la eficacia del psicoanálisis en su tarea de morigerar los padecimientos del alma e incidir en la sociedad para que ésta funcione menos destructivamente” y en particular destaca su deseo articular estas investigaciones con las investigaciones de las neurociencias.
Ahora bien, ¿Qué nos venía diciendo en los dos primeros volúmenes Sergio Rodríguez para que este tercer libro quede ubicado y subrayado de esta manera?
La serie se abrió con el primer volumen que lleva como subtítulo: Posición y función del analista, donde trabaja fuertemente los inicios de tratamientos difíciles. Es decir, los obstáculos, las dificultades que se presentan en los inicios y que, si no son advertidos, se podrían instaurar como errores de escritura y abortar el transcurso de la cura. Ubica en estos desarrollos una y otra vez en el discurso psicoanalítico.
El segundo volumen lleva como subtítulo: El diagnóstico psicoanalítico como recurso para la cura. La lectura lleva a potenciar la eficacia del discurso analítico, el autor juega con las letras y lugares de escrituras lógicas, descubriendo otras posibilidades discursivas muy esclarecedoras para pensar nuestra época y algunas posibles salidas creativas a sus encrucijadas.
Por otro lado el escritor nos dice que el cuarto volumen, es decir el que seguirá a éste que estamos presentando, contendrá el comienzo, desarrollo y fin de un análisis.
A lo largo de toda esta serie se resalta la figura del payaso, que Lacan tomó para presentar al analista y se nos dice que el payaso tiene lugar, trabaja, en los intervalos…También Sergio Rodríguez compone su actual texto construyendo tiempos y lugares de intervalo en los que articula los textos y los contextos de la escena y de sus trastiendas.
¿Qué papel juega este volumen, el tercero? Entre las exposiciones de lo psicoanalítico como recurso, la teorización de los discursos para mejor ubicación del discurso del analista, por un lado, y -por otro- la exposición y despliegue de un análisis, el autor coloca este libro como una bisagra necesaria: dejarse atravesar todo el tiempo por la pregunta: Por qué me nombro analista Y nos presenta su testimonio de des-subjetivación trabajando en la teoría psicoanalítica el pase de la teoría de Melanie Klein a la de Lacan, argumentando, sencilla pero nodularmente, los hallazgos de la teorización lacaniana y sus efectos en la clínica.
Queremos decir que la estructuración de los capítulos es tal que lleva a que una y otra vez nos hagamos, junto al autor, la pregunta ¿Por qué me nombro analista? haciendo jugar la pregunta con distintos contextos, porque así como Sergio Rodríguez afirma con gracia que Melanie Klein es china y Freud y Lacan japoneses, ( habrá que leer el libro para descubrir el por qué) él se manifiesta como japonés en la galanura con que juega con los contextos.
Los cuatro primeros capítulos nos llevan a desentrañar conceptos jugosos tales como yo, superyo, letra, significante y objeto. Retoma una y otra vez desarrollos anteriores y los vuelve a intercalar en un juego de razones enriquecidas.
Los tres capítulos centrales nos llevan a que pensemos las argumentaciones precedentes en el contexto de la sociedad y la cultura, y allí muy perspicazmente intercala una entrevista que el autor hizo en los años 90 a Hitoshi Oshima, profesor de la Universidad de Kyoto y doctorado en la Sorbona, y un texto de Oshima sumamente interesante. En ambas ponencias “la dialéctica de la nada intermediaria” el japonés despliega argumentos que nos descentran de los moldes a los que estamos acostumbrados en nuestra sociedad occidental. Otra vez Sergio Rodríguez nos conduce a un intervalo para desde allí poder pensar la estructura del lenguaje en otra lengua, condicionadora de toda otra relación a la letra y al significante, visión que enriquece la lectura de muchas de las ponencias de Lacan.
Los tres capítulos finales nos llevan a trabajar junto con el autor las posiciones de Melanie Klein, Freud y Lacan con relación a la clínica y, en el corazón de ésta, la articulación entre objeto, cuerpo y poder…. Aquí es donde podemos entroncar con el deseo expresado en el prólogo de articular el psicoanálisis con los descubrimientos de las neurociencias, ya que el cuerpo y el poder que surgen de estos descubrimientos nos están pidiendo a nosotros, los analistas, que no seamos tan tímidos…y nos afiancemos en el trabajo conjunto “para hacer la vida subjetivamente más vivible”.
La trastienda también es un lugar, el lugar de lo que no está en escena, el lugar de una astucia payasesca que daría, a su vez, lugar a la sabiduría de la falta, donde Real, Simbólico e Imaginario se agujerean entre sí para mejor anudarse.
Y este pase de Melanie Klein a Lacan nos hace pensar en aquella pregunta que hacía Lacan hablando del otro pase“¿Cómo reconoceríamos en la oscuridad qué es un nudo borromeo?”, ya que es de eso de lo que se trata en el Pase.
Desde las letras que Sergio Rodríguez va desplegando en este libro descubrimos un tejido de esa práctica: reconocer una y otra vez el nudo borromeo en la oscuridad y no temer a los enredos en los que esa ejercitación nos envuelve. El libro y su autor nos invitan y nos alientan a que también nosotros descubramos esa experiencia y las nuevas posibilidades que ella inaugura.